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Han pasado cinco años desde que EE UU llevó la democracia a Irak por la fuerza. Sadam Hussein ya no está en el poder. En medio del baño de sangre, su pueblo tiene elecciones libres, Internet, teléfonos móviles y televisión por satélite. ¿Ha valido la pena? La pregunta es sencilla, pero no la respuesta. «La vida en Irak es miserable para suníes o chiíes», dice Najim Akouri, un físico nuclear parte de la veintena de iraquíes que hace balance para EL CORREO. «Antes hablaba uno y todos estábamos obligados a escucharle. Ahora todos hablan y nadie escucha».